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TRABAJOS DE CIERRE

Espada y caricia

Álvaro Monroy

Ella cuelga la ropa, lo mira de reojo. Sin aviso, cae sobre una silla. Lleva ambas manos al rostro. Llora. Él da cuatro pasos y frota su espalda. Ella lo increpa desde un lugar ajeno a la costumbre. Tú y tú mano dura; golpeo, pero con amor, porque Dios ¡así prepara a sus soldados! ¡Imbécil!, ¡enfermo!, carraspea con bronca. Él, automáticamente, cierra sus ojos e intercepta al Creador para que omita lo escuchado. Sabes que también es tu cierva.

 

Ella no para de pensar en el niño. Lo ve atravesar diversas penurias. El hombre nota su preocupación. Rompe el silencio: va a volver, lo sé, el frío o el hambre lo traerán de regreso, en última instancia Dios. Una melodía, de caja musical, interrumpe la escena: la lavadora anuncia el fin de su ciclo. El queda escupiendo al aire. Luego la sigue.

 

Los gatos valientes mueren en los techos, pensó Ariel, cuando enterraba al suyo.

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