


TRABAJOS DE CIERRE
Historia de mi cascarón
Nicolás Rosselot
III.
Él tenía menos pelo que en las fotos. Le pedí que caminara unos metros más atrás. Descuento de estudiante ¿Doce horas o un momento? Dos piscolas y unas papitas Marco Polo. Una canción de Miley Cyrus mientras me soplaba la espalda. Un jabón lleno de pendejos ajenos. Tirado en la cama, vi cómo se secaba el cuerpo con confort. La mujer de la otra pieza lo pasó mejor.
II.
Era mi cumpleaños. Mi hermano grande grababa con la cámara que mi papá trajo de México. En mi casa, afuera de la ciudad, camino a la montaña que tragó soldados, hacíamos una competencia de baile con el maricón del curso.
En el video, él movía sus caderas, sus hombros y todo su cuerpo. La toma iba de él hacia mí, varias veces. Mi hermano, cuando lo apuntaba, comentaba que era una mujer. Cuando me apuntaba a mí, decía que era un hombre. Mi papá se rio y dijo te pasaste.
Yo también me reí, sólo que no me hizo gracia.
I.
Cuando la visitábamos del sur, ella nos preparaba para salir a comprar al súper, embetunándonos de bloqueador y peinándose por última vez su melena rubia. Nos prometía la recompensa inquebrantable de pasar por el Shopping Madrid a comprar un raspe si nos portábamos bien. Quizás sabía que nosotros teníamos que vivir esa adrenalina fácil, descubrir nuestro destino con una moneda de diez pesos. Luego nos ofrecía una mano decidida y nos llevaba a alimentar las palomas. Eran manos con olor a crema. Ese era el olor de la Yeyi y el del pie de limón en la cocina mientras sonaba una ópera. Incluso olor a limpiavidrios, que me enseñó a pasar con diario ya leído y a secar con toalla nova.
III.
Qué lindo sería morirme ahora, me dijo con un hilo de voz. El médico me había preguntado qué podía hacer para que se calmara y yo decidí poner la canción de Charles Trenet que tanto le gustaba: La Mer. Le recordaba a sus tiempos mozos en Iquique, antes de conocer al Ito, con el que se casó por miedo a ser una mujer solterona y toda la condena social que eso implicaba.
La tomé de su mano con olor a crema y la acompañé a la clínica en la ambulancia hasta que llegaron sus hijos y los otros nietos. Recuerdo su cabeza rapada en esa camilla de la clínica, vi el llanto del Ito, pero nos perdimos ese chiste ingenioso que habría dicho la Yeyi por el tubo que le drenaba la sangre de la cabeza brillante, y el que solo ella sabría contar.
Esa vez, la adrenalina fue difícil de digerir. Por eso al día siguiente me internaron por segunda vez.
III y II.
Mi hermano cruzó la raya de esa puerta sin pestillo.
—Me contó la mamá de tu decisión y quiero que sepas que estás destruyendo esta familia.
Me exigió que el Maxi creciera sabiendo que la familia era entre un hombre y una mujer.
Lo empujé llorando afuera de la pieza y bloqueé la puerta, como un pestillo humano.
II.
Me recetaron morfina para el dolor post operatorio y no me servía solo para eso, sino que también para ver los Simpsons. Escuché a mi mamá decir que yo me pasaba pajeando en su pieza, así que, temblando, partí a enfrentarla. Dije que las paredes en esa casa eran de cartón, mientras el dolor de cabeza iba aumentando.
Ya en la clínica, me llevaron a una salita donde me tomarían una radiografía de tórax, donde creí entenderlo todo porque al mirar hacia abajo vi cómo mis pechos crecían y se achicaban, tomando un aspecto de mujer y luego volviendo al mío. Le pregunté a mi mamá si era por eso, pero yo ya no entendía sus palabras. Vi los virus verdes moverse por mis venas, atacando todo mi cuerpo, y mi formación católica me hizo implorar a dios que me salvara de los demonios que me estaban poseyendo.
I.
Mi hermano corría y gritaba por el potrero con un huevo en la mano. Atrás el resto de nosotros. Más atrás, volando en picada, la madre del treiler no nacido.
Corríamos con las manos en la cabeza, tratando de bloquear los picotazos amarillos. Mi hermano se agachó y agarró un palo, se dio vuelta, y lo lanzó directo al pico de la mamá-queltehue.
Parados alrededor del cuerpo inerte de la madre, antes de taparla con tierra, pensé en que debí quedarme en la casa practicando coreografías con mis primas, como siempre.
III.
Cuando le conté a mi Yeyi que era fleto, me tomó sus manos de telita con manchas cafés y crema y me dijo, a mí lo único que me interesa es que tú seas feliz.
Por eso la miré a ella la navidad que fui maquillado como pájaro tropical donde mis abuelos. Cuando el Ito preguntó cómo nos gustaría que fuesen nuestras familias en el futuro, y luego de que mi hermano respondiera que más ordenadas económicamente, yo dijera que más libres:
—¿Más libres en qué sentido?
—Libres para amar, para desarrollar sus proyectos de vida…
—No entiendo, ¿quién no ha sido libre en esta familia?
Quizás esperando que hablara de mí y de mi cascarón, le respondí:
—Las mujeres de esta y cualquier familia, por ejemplo. Eso me parece que es un dato histórico, ¿o no?
Frunció el ceño y pareció estar de acuerdo, sólo que a regañadientes. A mí me hizo gracia.
II.
El timbre de mi casa sola, el beso, el abrazo y el olor a chivo. No sé cómo huelen los chivos, pero estoy seguro de que es así. Ese olor a movimiento, a feromonas, a invitación al sexo que nos llevó rápidamente a mi cama. Bastaba con cerrar la cortina tirando del rosario de bolitas blancas para que la virgen del San Cristóbal no nos enjuiciara. Me subí encima de él, se subió encima de mí, yo moví mis caderas, mis hombros y todo mi cuerpo, me sacó oro y hasta me tiré un peo y le dije eso es un gracias. Me estay hueviando que dije eso, pensé, y cambiando de tema le ofrecí ducharse. No recuerdo cómo me lo ofreció. Quizás fui yo, pero terminamos metidos los dos en la tina con agua congelada porque mi mamá no pagó la cuenta del gas.
I.
Jugábamos a la mamá y al papá con el Ignacio, mi vecino. Cuando los hermanos ficticios se aburrían del juego, se iban y nos dejaban tranquilos. Tocando la raya. El Ignacio se sabía todas las capitales del mundo y a mí eso me calentaba, quizás. O al menos me daban ganas de ser la mamá para él, qué se yo. No había tiempo para pensar en esas cosas cuando el Ignacio se me montaba encima y simulaba una penetración de papá a mamá. Me gustaba sentir que en esta cancha había muchas rayas, pero a esta mamá y a este papá no le interesaba nada de eso. Ellos querían trazar las rayas de su juego original.

